El fantasma del lector - El Ojo Editorial


Terminó, con poca pena y ninguna gloria, la Feria Internacional del libro de Bogotá, dejándonos el sabor de lo inocuo, lo predecible, lo desechable. Nada sublime para recordar, nada que pueda ser, precisamente, convertido y eternizado en palabras. Más que a un evento cultural asistimos a un carnaval mediático, un congreso de lagartos, un sábbat mefistofélico de los dueños del poder y los reductores de la fantasía, y una cancioncilla cursi, donde primaron las voces menos urgentes, las presencias menos complejas y menos necesarias.
Miles de libros, como es ortodoxia, aguardaron, con una paciencia muda, la aproximación de un lector complaciente que operara el milagro de abrirlos y, de ese modo, insuflarles vida y activar su magia. ¡Holocausto de tinta! Pocos libros lograron ese cometido, la mayoría permanecieron  enclaustrados en el cementerio de los anaqueles, tal y como criaturas abortadas, pues –contrario a los sueños de eternidad de los escritores-  es ese el  tragicómico destino de casi todos los libros.
Populoso, sin embargo,  el grupo de los aspirantes a ganarse la vida o por lo menos el amor ejerciendo el oficio de escribir. O, mejor dicho, enloquecidos ante la utopía de volverse escritores ¡Grave laberinto! Todo lector que termina por inmiscuirse en esta escuela pierde instantáneamente la pureza.
En esta Feria Internacional del Libro de Bogotá, como en casi todos los eventos gemelos, primó el grupo de los escritores ampulosos, clandestinos, deseosos de una fama que no quiere advenir, regalados, más o menos dispuestos a condescender con quién sea si con esto cumplen su desatinado propósito. El lector –ese fantasma evasivo que tanto invocamos en vano- brilló por su ausencia. El que vio en la Feria cruzar a un lector, verdaderamente asistió a un milagro.
También estuvo “El Olimpo” de los editores. Casi todos –coro tedioso de borregos útiles- obliterados al éxito, a las ventas y los guarismos millonarios. Casi todos, haciendo alarde de su desprecio infinito por la literatura. El escritor inédito que logró conversar con un editor “importante” durante dos o tres minutos, también puede jactarse de que asistió a un milagro.
Como los latinoamericanos estamos enamorados del éxito, no de la literatura, ni de la música, ni del arte y ni tan siquiera del mismísimo amor, en esta Feria nuevamente se manipuló al gran público orientándosele hacia los trópicos del mal gusto, se manipuló su deseo, se contaminó su libertad, se tergiversó su hambruna.
Sí, asistimos a un próspero escenario de negocios…