Cartas de los lectores No. 153

EL SUEÑO DE OSPINA. Con-fabulados, cada año, para las fechas en que abre sus puertas la insulsa Feria Internacional del libro, asistimos a la tramoya montada por las grandes editoriales para catapultar tres o cuatro títulos y un puñado de escritores consentidos, no por sus méritos o grandezas literarias sino merced a que presentan alguna expectativa de ventas, a que son prospectos comerciales. Son los artistas que, por facilismo temático y estilístico, o por prestigio social, o por escabrosa búsqueda de temas taquilleros, se supone harán contacto con el gran público, compuesto en su mayoría por montoneros mediocres y manipulables.
Este año, en la lista de las promesas editoriales publicadas con excitación, se encuentra En busca de Bolívar, del infatigable autor tolimense William Ospina, cuyos artificios son de buen ver en los salones de la pequeña y alta burguesa criolla, que compra sus libros como chivas o sucesos de los que no puede prescindirse si se quiere posar de informado, culto y a la moda. Aunque, como pasa siempre, resulten escasos los que verdaderamente terminan leyendo sus páginas.
Otra vez Ospina. Otra vez la promoción. Otra vez la inundación de su libro de turno –los produce anualmente, llueva o truene, pues hacen parte de un contrato de servicios- en los supermercados, las licoreras, los tenderetes y las droguerías. Y, claro está, nuevamente el infaltable coro de aduladores que le tildan de niño terrible, profundo analista, escritor excelso, ideólogo pertinaz y consciencia crítica. A mí se me antoja, más bien, una especie de piedracielista tardío, un desleído Octavio Paz sin hallazgos ni vislumbres.
Muy personalmente, nunca he creído que Ospina pueda ser considerado un escritor tan magnífico o que se le pueda incluir en la lista de nombres lejanos a cualquier sospecha. Me perturba y preocupa el toque anacrónico de su poética, su “retórica maximalista” como dice Antonio Caballero, sus figuras y construcciones lingüísticas puramente ornamentales, su pretenciosa delicadeza viscontiana, de un ingenuidad rayana con lo Naiff, elementos que exigen, anhelan y aplauden las masas, acostumbradas a leer auto superación, baratijas reporteriles, bazofias de secuestrados, y pésimas revistas seudo-literarias o seudo-eróticas.
En Ospina hay mucho mármol, mucho anticuario, mucha palabreja vanidosa como dama fina, mucha retórica  de tallador de discursos oficiales.
El último libro es una muestra grave. Aunque con una prosa rica de leer, sazonada con el detallismo típico y algo maniaco del escritor, no se ve por ninguna parte el acierto ensayístico, las venas secretas que deben aflorar en este género, ni las concatenaciones pasmosas, ni las sabias comparaciones, ni la esencia de laboratorio de la que salen las mixturas trascendentes.
Que Bolívar estuvo solo siempre. Que nadie le quiso. Que buscó en las mujeres un paliativo a la soledad de su grandeza. Que solo una vez muerto fecundó su leyenda. Que fue contradictorio. Que se trató de un visionario no comprendido en Europa ni por el mismo Marx. Etcétera. Todo lo sabemos, todo es reiterado, todo es predecible. Ningún tiro de gracia, Ninguna revelación: el escritor estrella termina por contarnos la historia de siempre, con un caudal de imágenes no exento de cierta afectación y manierismo. Creo que muchos tolerarán mi hipótesis y me ayudarán a disipar una duda: ¿Es William digno de que le rebauticemos como Perogrullo Ospina? Que cosa realmente importante quedó de sus largas pesquisas, sus horas de estudio y su minucioso detectivismo en la escena de la historia? Espero respuestas. Vladimir Cardona, Medellín
Respuesta: No estamos de acuerdo con la pugnacidad del corresponsal, pero como este periódico alienta la polémica inteligente, decidimos publicar la volcánica opinión.

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Debido al aluvión de cartas que recibimos esta semana sobre el nombramiento de Andrés Felipe Arias (Uribito) como embajador en Italia y al fallo del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura, decidimos publicar una sobre cada tema por encontrar una distancia crítica que les da una apreciable objetividad y las convierte en punto de reflexión.

SOCIEDAD DE POETAS NO CONCURSANTES. Señores Confabulados: Sigo con pasión ese periódico desde Caracas y por tal motivo leí la semana pasada un comentario sobre el nuevo Premio de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia, y debo decir que a juzgar por los poemas allí publicados, como todos los colombianos -supongo- exceptuando la ganadora, la abogada Martha Carolina Dávila, y los controvertidos jurados (Felipe Robledo, Elkin Restrepo, María Baranda y Ramón Cote, Eduardo Chirinos, entre otros), no estoy de acuerdo con tal decisión, pues cualquier lector de cultura media sabe que esa poesía está cargada de obviedades: Construyes un barco / un puerto / una casa. / En ninguno de los tres me esperas”.
No obstante, sin ánimo de contribuir a crear un aire irrespirable, simplemente no puedo creer que un país como Colombia, que amo por su poesía, condecore con su reconocimiento más importante a alguien que no tiene libro publicado, y que además los jurados cometan dos errores lingüisticos en su breve comentario de cinco líneas, donde uno de sus argumentos es el siguiente: “es una obra distinta dentro de la tradición lírica colombiana”, como si olvidar las raíces fuera algo plausible. ¡Es indignante ver hasta dónde nos ha llevado la postmodernidad! Me parece una decisión simplemente generadora de injusticia, cuando yo he disfrutado de los textos de Juan Manuel Roca, de Piedad Bonett, de Elkin Restrepo, y de tantos otros poetas de gran talla nacidos en esos territorios hermanos, quienes seguramente tienen un aliño de Silva entre sus versos. A manera de explicación supongo que allí ocurre lo mismo que en mi país, es decir que los premios son otorgados por lo más recalcitrante de la oficialidad, y que además –y esto lo digo a manera de crítica constructiva-, se acude a la absurda fórmula de la pre-selección en los concursos, donde quienes realizan ese proceso desde la oscuridad, incluyen el libro que desean favorecer entre una decena de obras repugnantes, que supongo fue lo ocurrido, pues sobra decir que debido a la gran suma de dinero y por tratarse del premio dispuesto por el Ministerio de la Cultura, debieron participar los más destacados poetas del país, que como se sabe, casi siempre están a punto de morir de hambre. ¿No debemos fundar la Sociedad de Poetas no Concursantes, para oponernos a esa recurrente farsa? Muchas gracias, Pedro Albán Ortiz, poeta venezolano
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URIBITO EN ITALIA: Todo venía siendo para el nuevo gobierno de Santos propiciatorio, sin embargo esta semana nos despertamos asombrados al conocer el inmerecido nombramiento de Uribito como embajador de Italia, lo cual comienza a demostrar el viraje del nuevo presidente hacia los horizontes que ha trasegado la política colombiana durante décadas. La esperanza comienza a evaporarse. Francisco Penagos